18 de abril de 2009

la manía de leer

Artículo publicado en "La Gaceta", reproducción íntegra:

Hay placer más sereno y enriquecedor que el ir desgranando las palabras de un libro, adentrarse en su argumentación, dejarse llevar por su trama, enriquecerse con la belleza de su lenguaje? Sin embargo, son pocos los que gastan diariamente algo de su tiempo mejor en la aventura de dialogar con amigos callados que nos cuentan una historia, nos exponen sus pensamientos o ayudan a encaminar nuestra vida por una senda prometedora.

No me creo las estadísticas oficiales que, contra toda evidencia, nos aseguran que los españoles leemos ahora más que hace unos años. Quizá son más los que leen pero esos que leen, no leen más que los que antes leían. Y en todo caso la mayor parte de las cosas que se leen no valen el poco tiempo que se les dedica. Si se miran las listas de los más vendidos, o los expositores de alguna gran superficie, se le cae a uno el alma a los pies: pesados guisos medievalizantes, triviales y engañosos manuales de autoayuda, explosivas mezclas de sangre y sexo, revelaciones sin interés ni fundamento sobre algún personaje de la farándula o del foro público; que viene a ser lo mismo. Pero, ¿qué más da? Nunca han sido muchos los lectores de veras. Los primeros de todos son los niños y las niñas que, tumbados en el suelo, leen un libraco de aventuras como si les fuera en ello la vida, y se llevan un disgusto cuando su madre les avisa que ya es hora de cenar. Después están la anciana o el viejo que recuperan ahora, al solecito, el tiempo que gastaron durante largos años de trabajo duro. Y los que sacan el jugo de la hora y media de ida y vuelta diaria en el Metro. Y quienes tienen la suerte de que hayan puesto cerca de su casa la nueva biblioteca del barrio, y se aprovechan.

Los lectores forman una galaxia que mantiene este mundo encendido con millones de lucecitas con las que se alumbran entre sí los que leen y los que escriben. Leer es más difícil que escribir. Leer bien es lo más difícil de todo, y lo mejor. Se entiende que Borges estuviera más orgulloso de los libros que había leído que de los que había escrito Quienes leen tienen su alma a buen recaudo. Cuando oyen repetir tópicos sin sustancia a políticos, mercaderes, pregoneros y, en general, gentes de mal decir, se comportan como el que oye llover. Es un ruido de fondo que siempre ha habido y que ni se entiende ni se atiende. ¡Que hablen ellos! Lectoras y lectores, ¡a los libros! Hoy por hoy es, casi, la única salvaguarda frente a la manipulación y la vulgaridad que nos rodean.

El libro tiene todas las ventajas: su uso es totalmente libre, no pretende apabullar a nadie, invita sin obligar, puede ser sustituido sin celos y, además, es barato. Representa, dicen ahora los tecnócratas con su prosa salvaje, un valor-refugio frente a la crisis. Aunque el buen lector sabe que la causa profunda de la crisis estriba en que demasiada gente ha dejado de leer y ha buscado satisfacer su fantasía con delirios de consumo y juegos de azar. Los españoles deberíamos entender lo que está pasando, porque nuestro clásico por excelencia es la historia de un lector empedernido, a quien los libros le enseñaron que lo importante es la honra limpiamente ganada, y no el dinero o el poder, de origen generalmente sospechoso. El Quijote es además la historia de una conversión. Porque, al final de la jornada, el Hidalgo acaba dándose cuenta de que lo importante de los libros no es tanto la fantasía como la verdad.

Quien más quien menos, todos somos hoy día unos frikis, obsesionados con aficiones y manías. Como soy un friki de los libros;un letraherido, que dicen los pedantes; invito a todos los que por ventura me leyeren hoy a que adquieran precisamente la manía de leer: que se despreocupen de todo lo demás (que es irreal) para abocarse a los libros, donde se encuentra la verdadera realidad. Y, por supuesto, que no se les ocurra pillar un sustituto electrónico, porque no tiene páginas para doblar sus esquinas, mancharlas de café o garabatearlas con un lapicero. Es éste;lo sé; uno de los mejores consejos que han recibido en su vida. La manera de agradecérmelo es ponerlo por obra, hoy mismo.


Por Alejandro Llano, catedrático de Metafísica.